Gustavo Adolfo Bécquer retratado por su hermano Valeriano en 1862
El poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer se trasladó a Madrid en 1854 con la idea de hacer carrera en el mundo literario. Su llegada a la capital de España se produce tras los sucesos de la revolución de junio y julio de ese año que dió fin a la década moderada y comienzo al bienio progresista. Bécquer no vivió directamente la revolución, pero tuvo noticias de primera mano a través de un amigo, experiencias que recogió en una leyenda titulada "La fe salva", escrita después del año 1863.
[...] Luis García Luna, el primer amigo que en Madrid tuve, amistad que el tiempo acrecentó, fue el que me contara, pues de ello era testigo, todos los acontecimientos de los que el año 54 tuvieron por escenario a Madrid.
La revolución triunfal hizo de la ciudad un gran campo de batalla. En todas las calles se levantaron, con piedras, cajones y enseres domésticos, grandes barricadas que defendía el pueblo con inaudito valor. Sedientos de venganza, grupos de hombres armados recorrían las calles entre lluvia de balas que se cruzaban en todas direcciones; los palacios de aquellos hombres públicos a los que el pueblo acusaba de ser causantes de sus males fueron asaltados, y en medio del arroyo se formaron grandes pirámides con los muebles y obras de arte que a ellos pertenecieron. El fuego los redujo a ceniza.
Una tarde, García Luna, vagando curioso por las calles, presenció un espectáculo de profunda y trágica emoción. Sus pasos lo llevaron a la plazuela de los Mostenses, en una de cuyas casas vivía Francisco Chico, jefe entonces de la policía madrileña y a quien se atribuía, creo que con razón, toda clase de atropellos e injusticias. El populacho rodeaba el dificio en cuyo interior se buscaba, inútilmente, al inquisitorial polizonte. García Luna se sumó a los curiosos que presenciaban el espectáculo de aquella extraña cacería.
Un cuarto de hora llevaba allí mi amigo, cuando por el ancho portalón apareció una triste y macabra comitiva: en un colchón que sobre una escalera sostenían media docena de hombres, iba, con el sello de la muerte en el semblante, Francisco Chico; detrás, y con una fuerte cuerda al cuello, marchaba su secretario. Toda clase de maldiciones e insultos salió de aquella masa humana. El pueblo se disponía ha hacer justicia una vez más.
Y así continuó el trágico cortejo hasta la plazuela de la Cebada, donde Chico y su criado fueron, sin piedad fusilados.
Todos los episodios de aquella romántica revolución vivieron aquella tarde en mis labios nuevamente, como un bello cuento, como un romance legendario de los que pasan de generación en generación, dejando en las almas una brillante estela de inquietud.
Eugenio Lucas
La revolución de julio de 1854 en la Puerta del Sol
Más que de convicciones liberales progresistas, la admiración de Becquer hacia los sucesos revolucionarios de 1854 paraece proceder de una visión romántica y novelesca de unos hechos que le fueron cercanos pero que no vivió. No hay más que ver la descripcción del héroe del la leyenda en boca de la protagosnista femenina:
[...] apareció un día un joven poeta que acababa de llegar de Portugal. SE lamaba Alberto Albert. Sus versos, de un exaltado romanticismo, cantaban la libertad, la lucha; pero los que más llegaron al fondo de mi alma, los que me descubrieron el secreto del llanto, fueron aquellos cortos suspiros, de ritmo extraño, de los que brotaba un aroma de amor.
[...] Poeta rodeado de una romántica leyenda de conspiraciones y de luchas, orlada sucabeza de una gran melena, un infinito tedio reflejado en sus ojos, ¿qué más podía pedir nuestra sedienta juventud?
De hecho, ideológicamente Gustavo Adolfo Bécquer fue más cercano a los moderados que a los progresistas o a los unionistas, y ésto también por convicciones más estéticas que puramente políticas; así, según su amigo García Correa "figuró en aquel partido donde tenía más amigos, y en que más le hablaban de cuadros, de poesías, de catedrales, de reyes y de nobles" y según el demócrata Eusebio Blasco, "pretendía de conservador, sin duda porque el lujo, la fastuosidad de que hacen alarde esos partidos, se acomodaba mejor a su temperamento de artista. Hay pocos hombres que sepan sentir la democracia vestidos de limpio y Bécquer era uno de ellos." Es decir, estéticamente era un conservador que gustaba de las tradiciones, el pasado y los ambientes aristocráticos, pero éticamente era un demócrata.
En cualquier caso, Bécquer nunca militó activamente en el partido moderado: además, su posición social, lo excluía de la vida política activa ya que según las leyes electorales moderadas y progresistas no alcanzaba el suficiente nivel de renta para presentarse a unas elecciones ni para votar. Aun así, aunque como decía su amigo su adhesión al moderantismo parece ser sólo una pose estética, hay que considerar sus profundas convicciones católicas, rayando el tradicionalismo, como otro argumento para ser considerado por sus contemporáneos como un conservador.
González Bravo
Como fuese, uno de las argumentos de mayor peso para considerar a Bécquer como un moderado conservador fue su amistad con el político gaditano González Bravo; éste había iniciado su carrera política militando activamente en las filas progresistas y en la Milicia Nacional durante la regencia de María Cristina pero desde 1841 fue derivando hacia el moderantismo hasta convertirse en uno de los principales colaboradores de Narváez, llegando a ser Presidente del Consejo de Ministros entre 1843-1844, años en los que se empleó en disolver la Milicia Nacional, implantar la Guardia Civil, imponer una ley restrictiva de prensa y de desmontar los ayuntamientos democráticos que los progresistas habían implantado durante la regencia de Espartero. Tras volver del exilio a que se vió obligado durante el Bienio Progresista y siendo ya la cabeza visible del sector más autorirario del partido moderado, fue ministro de Gobernación con Narváez y responsable de la represión de los estudiantes universitarios en la Noche de San Daniel de 1864, de nuevo ministro de Gobernación en 1865 y finalmente el último presidente del Consejo de Ministros de Isabel II en 1868. Tras la revolución de éste último año se exilió en Biarritz y dando un giro de tuerca más a su conservadurismo y catolicismo a ultranza se adhirió a a las filas carlistas. Bien, pues además de todo ésto, González Bravo fue el protector de Gustavo Adolfo Bécquer, el que le consiguió los empleos en la administracción y en los periódicos necesarios para la frágil subsistencia del poeta.
Visto ésto, queda por aclarar si la atribución a los hermanos G. A y Valeriano Bécquer del álbum satírico-pornográfico Los Borbones en pelota es rigurosa. La falta de respeto a la Iglesia representada por el padre Claret, confesor de Isabel II, y a la Monarquía no casan con el animo romántico y conservador , ausente de la realidad política, de Bécquer y menos aún la ridiculación de su amigo y protector González Bravo. La obra, firmada con el pseudónimo SEM, se atribuye a los hermanos Bécquer, que murieron en 1870, sin mucho rigor; de hecho, no falta quien lo atriuye a otras manos, en concreto al pintor republicano Francisco Ortegó.